viernes, 31 de mayo de 2013

Circense


Crítica Teatral
CIRCENSE
Habla el horror.


Por Tomás Rodríguez



 Antonin Artaud hablaba del “Teatro de la Crueldad”: un teatro nuevo, que no estuviera centrado en la palabra, si no en el cuerpo y en imágenes que trastornara al espectador por su oscuridad, crueldad y horror, apelando al subconsciente, a los sueños, que según Artaud son más reales que la trampa que la razón nos impone. Rechaza estéticas tales como el realismo, y al tipo de vida de la sociedad burguesa y capitalista según él carente de encanto o alegrías, y pretende alterar al espectador para que este se conecte con las profundas zonas de su espíritu que son reprimidas por esa cultura. Pretende un teatro ritual, que regrese a su sentido primigenio. Pura verdad, romper con las mentiras.
Desgraciadamente para nosotros, Artaud solo teoriza sobre el teatro, pero no nos deja ningún método o sistematización mediante el cual llevar a cabo lo que él pretende lograr en la escena; siendo quizás esta su mayor provocación, la de entregarnos una consigna y a su vez, el desafío de no saber cómo trabajarla.
Muchos directores, pensadores y artistas han intentado caminos para llegar a esa idea de Artaud, a ese teatro cruel, de los sueños, donde ni la razón ni palabra fueran lo más importante. Los resultados han sido diversos. Claudio Gatell parece ser uno de ellos, que combinando la filosofía artaudiana, con las ambiciones compositivas de Kantor e imágenes que remiten a la estética de las películas de David Lynch, nos arroja (porque no la entrega, hace algo más agresivo que solo entregarla) Circense.
El espectáculo toma como disparador el cuento Circe de Cortázar. Toma solamente un aspecto: una extraña y misteriosa muchacha de familia, un noviecito que quiere su amor y va conociéndola lentamente. Pero ella es rarísima, oscura.
A partir de ahí la imaginación vuela, la del creador y la de los espectadores. No se nos dará nada servido. Las palabras de los personajes no son suficientes para afirmar ni tema ni suceso durante la obra; estampas siniestras, tétricas, atractivas, terribles, se suceden ante la vista de los espectadores. Los actores, como fantasmas, miran a público, se acercan a él, gritan, ríen, caminan en la oscuridad. Sulfúricos y amargos todos ellos, componen estas imágenes, como si fueran pintores tridimensionales, incluso virtuosos por su uso del cuerpo: algunos momentos requieren un cierto control.
Algunos fantasmas que pueblan la escena, una mujer que es un antiguo recuerdo, el grotesco personaje del padre de Circe, la madre abnegada, vieja, grotesca; el noviecito tierno que de pronto es rígido soldado, y Tadeausz, el payaso que parece emerger de los sueños de Circe, siendo su nombre quizás un homenaje al inspirador Kantor.
La corporalidad manifiesta por los actores es precisa, suplanta los escases de palabras. No porque en el espectáculo no se hable, si no porque las palabras adquieren un valor relativo al lado de las impresionantes apreciaciones visuales, de las cosas que ocurren ante los ojos.
Las luces son pocas pero adecuadamente usadas para lograr los climas que la propuesta exige: se usan tanto las luces como la ausencia de ellas.
Escasa escenografía, tan solo una mesa, un armario y una cama: suficientes, no se necesita más, el resto es su uso, los cuerpos en movimiento y las actuaciones, todos ellos intervenidos de a ratos por una música que acompaña las transiciones y resalta los momentos.
¿Provocaciones? Miles, sobretodo de la mano del payaso Tadeausz, macabro, burlón, libidinoso, que parece ser el único consuelo de la vida opresiva de la joven Circe, y digo “parece” porque la obra no afirma absolutamente nada, pasan cosas, no se sabe si ciertas o falsas, si sueños, recuerdos o verdades, y el espectador le asigna sentido a esas cosas. O lo intenta, porque se ve avasallado por una escena que lo golpea y no espera a que se levante del suelo con una respuesta que satisfaga el desconcierto.
IDEAL para quienes disfrutan de lo nuevo, lo desconocido, lo poco convencional, lo sensorial se aprovecha al máximo. ADVERTENCIA: todos aquellos que quieran una historia con principio, desarrollo, final y que se entienda fácil, abstenerse. Habrá miles de obras en el circuito teatral porteño que podrán satisfacer sus ansias de rápido entendimiento, desde la Calle Corrientes hacia el off del Abasto, Caballito o Palermo. Esta es una propuesta para lectores audaces y que no temen no saber qué hacer o pensar en una sala de teatro.
Circe inquieta. Es cabal que se divulgue la importancia de trabajos que incursionen en este tipo de estética, ya que hay pocos. El teatro de texto, donde el sentido se carga fervientemente y sobretodo en el discurso lingüístico, en la palabra, en tramas psicologuitas, en estilos de actuación stanislavskiano, ha pegado muy fuerte en la Argentina, y otras estéticas teatrales, como la Grotowskiana o la del propio Kantor no han tenido suficiente emergencia. Sea por un tema de gustos, por cuestiones culturales, o porque el mercado instala esa estética como la hegemónica (o, por qué no, debido a que el realismo es la estética preferencial de la clase media, que sabemos que es la que más va al teatro y la que lo ha vuelto desde hace tiempo sobretodo un lugar a donde va a verse a si misma, va a ver algo parecido a su realidad. SUMAMENTE INTERESANTE DEBATE que no viene a cuento en esta reseña).
Por todo lo que acabo de decir me es difícil decir de qué se trata, por eso apelo a como uno sale si sabe aprovechar lo que el espectáculo va: trastornado, como cuando se tiene una pesadilla. Con el subconsciente y la imaginación abierta de un tajo, para gracia del espíritu artaudiano.
La fantasmal cita es en el Teatro IFT (Boulougne Sur Mer 549), sábados 20:00 hs, ÚLTIMAS 5 FUNCIONES, A NO PERDÉRSELA.

Actores: Marcelo Roitman, Leandro Martin Lopez, Emilce Rotondo, Agostina Greco, Sasi Crowe.
Dirección, dramaturgia y puesta en escena: Claudio Gatell.


Vestuario y escenografía: Mariana Cirulli.
 

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